¿Atraviesan las relaciones Iglesia-Estado en Cuba por un periodo de crisis?
Texto y fotos por Yandry Fernández Perdomo
La crisis designa el ingreso de una situación nueva que plantea sus propios problemas de acorde a circunstancias y momentos específicos. Es una fase totalmente diferente de la cual puede resultar un cambio beneficioso o perjudicial.
La primera gran crisis de los últimos 60 años en las relaciones Iglesia-Estado fue el triunfo de la Revolución cubana. A partir de ese momento comenzaron a producirse grandes desencuentros y tensiones.
Dos factores considero importantes para entender esa etapa: la marcada corriente de pensamiento estalinista por parte de algunos dirigentes políticos del momento y su visión ateísta de la religión, y la mentalidad de Guerra Fría en el interior de la Iglesia católica, la cual mantenía — y todavía hoy mantiene en su doctrina social — fuertes recelos hacia las posturas comunistas.
Durante este periodo sucedieron enérgicos pronunciamientos del episcopado en contra de algunas acciones del nuevo gobierno, a lo que se le sumaron las deportaciones masivas de sacerdotes, cierre de los colegios e instituciones católicas, así como estatización de los medios de comunicación. Conocidas son también las historias de rechazo e incomprensiones contra quienes practicaban alguna que otra manifestación religiosa.
La segunda gran crisis en las relaciones Iglesia-Estado fue el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (Enec), de 1986. Los participantes al Enec realizaron un análisis detallado de la evolución de la Iglesia católica en el país, y establecieron un nuevo punto de partida para el porvenir, caracterizado por la reconciliación y el diálogo. Se reconoció, por primera vez en más de veinte años, puntos de comunión y una posibilidad real de convivencia entre la Iglesia y el Estado.
A partir de ese encuentro, la Iglesia extendió su presencia dentro de la sociedad civil cubana a través de agrupaciones y espacios laicales como el Movimiento Estudiantil Católico Universitario y el Centro Católico de Formación Cívico-Religiosa. También salen al espacio público las primeras revistas católicas con un variado contenido temático, lo que propició que adquiriera un mayor público fuera del ámbito cristiano, más interesado por un enfoque distinto de la realidad.
Asimismo, la Reforma Constitucional de 1992 liquidó el ateísmo estructural y abrió en el país un horizonte político inédito tanto para la Iglesia como para el Gobierno: aprender a convivir en los marcos constitucionales de un Estado laico.
Pero esta nueva etapa tampoco estuvo exenta de recelos mutuos. Con la publicación en 1993 de la carta pastoral “El amor todo lo espera” se produjo una parálisis en el proceso de entendimiento y convivencia entre la Iglesia y el Estado. Este documento fue la más detallada crítica de los obispos a las medidas implementadas por el gobierno cubano en medio de las dificultades económicas que vivía el país tras la debacle de la Unión Soviética.
La tercera crisis que marcó un antes y un después en las relaciones fue la visita del papa Juan Pablo II, en 1998. Durante cinco días, el Papa visitó La Habana, Santa Clara, Camagüey y Santiago de Cuba. En todas sus homilías, además de centrarse en las cuestiones religiosa y pastorales, también se refirió a algunos temas sensibles en torno a políticas gubernamentales.
Como frutos de la visita del Papa, la rearticulación de la presencia de la Iglesia en la sociedad cubana cobró mayor dinamismo pues se restablecieron las procesiones, regresó el feriado con motivo de la celebración de la Navidad, algunos obispos pudieron acceder a radioemisoras locales en días señalados, se flexibilizó la política de entrada de sacerdotes extranjeros al país y se acrecentó el intercambio, en la base, entre las estructuras de ayuda humanitaria eclesial y estatal, respectivamente.
Posterior a este histórico suceso, las relaciones entre la Iglesia y el Estado vivieron una etapa de intercambio y conversaciones fluidas. Un ejemplo palpable fue la mediación de la Iglesia en 2010 para la liberación de los prisioneros del Grupo de los 75. El primer fruto de ese proceso fue el compromiso de excarcelación de 53 prisioneros que permanecían en prisión, de los 75 detenidos en la primavera negra de 2003. Todos fueron liberados, y a ellos se añadieron otros 73, muchos de los cuales no estaban en lista alguna de condenados.
A partir de ese momento, la Iglesia católica en Cuba se convirtió en un interlocutor reconocido por las máximas autoridades del país; ganó una visibilidad inesperada y se produjo un acercamiento a las autoridades que ha favorecido ciertos proyectos pastorales y el desarrollo de varias modalidades de educación católica, reconocidas como complementarias al sistema de enseñanza público.
También destacan la mediación de la Santa Sede para la normalización de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, y las visitas pastorales de Benedicto XVI y Francisco en 2012 y 2015 respectivamente.
Hasta aquí he resumido a duras penas el contexto que han vivido las relaciones Iglesia-Estado hasta 2016, pero, ¿de cuál crisis podemos hablar en los últimos cinco años?
En mayo de 2016, el Papa Francisco aceptó la renuncia del cardenal Jaime Ortega, dos meses después de recibir en la Catedral de La Habana al presidente norteamericano Barack Obama durante su histórico viaje a la Isla. En ese periodo también el Cardenal fue anfitrión de congresistas y políticos norteamericanos a su paso por La Habana y realizó gestiones para favorecer el intercambio entre ambos países. En una de sus últimas intervenciones públicas, durante la presentación de su libro “Encuentro, diálogo y acuerdo. El Papa Francisco, Cuba y Estados Unidos” en el Centro Cultural Padre Félix Varela, el 16 de junio de 2017, Ortega precisó los rumbos por los cuales la Iglesia debía continuar.
“El diálogo es el espacio de comunicación que se ha abierto y en el que deben resolverse todos los problemas, antiguos o actuales. Hay que evitar que viejas o nuevas cargas añadidas por cualquiera de las dos partes puedan minar este diálogo”, expresó.
La sede metropolitana de La Habana fue ocupada entonces por Monseñor Juan de la Caridad García Rodríguez, anteriormente arzobispo de Camagüey y con un liderazgo más volcado hacia el desarrollo de las actividades pastorales, dejando de lado ese aspecto diplomático y mediador que había ocupado la Iglesia habanera en los últimos años.
El actual periodo de crisis comenzó en el año 2018 y está dado, a diferencia de las etapas de crisis anteriores, por la confluencia de varios sucesos. Por un lado, el comienzo del mandato presidencial de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, un hombre formado en el actual sistema de enseñanza cubano que enarbola el ateísmo, además de ver a la Iglesia como una enemiga constante del progreso social. Esto, sin lugar a dudas, marca una diferencia con el liderazgo de Fidel y Raúl Castro, quienes tenían una amplia formación religiosa, particularmente jesuita, y conocían los valores del cristianismo.
Por el otro lado, está la ausencia del visible liderazgo del Cardenal, quien ya por ese entonces se encontraba en una compleja lucha por su vida. La ausencia de ese liderazgo efectivo se sintió cuando en 2018 comenzó el proceso de consulta popular para reformar la Constitución cubana, en el cual la Iglesia no tuvo participación efectiva, pero los obispos manifestaron criterios diversos sobre la postura que debía asumir la institución eclesial. Pese a ello, lograron aunar criterios para redactar dos importantes cartas pastorales donde reiteraron la necesaria participación de la Iglesia en el sistema nacional de educación y el acceso a los medios masivos de comunicación. También condenaron la cultura del aborto y defendieron el matrimonio eclesial, criterios que han sido inamovibles en el magisterio eclesial.
El 26 de julio de 2019 fallece el cardenal Jaime Ortega y el 5 de octubre el Sumo Pontífice crea a Monseñor Juan García, como nuevo cardenal de la Iglesia Católica, un suceso no muy bien recibido por las autoridades cubanas, quienes tradicionalmente han visto la presencia de un cardenal cubano como una influencia del Vaticano en los asuntos internos de la Isla.
Durante el confinamiento, tras el arribo del nuevo coronavirus a Cuba en marzo del 2020, las autoridades civiles respondieron al reclamo popular de la transmisión de las misas dominicales por televisión, así como de las alocuciones radiales de los prelados en cada diócesis del país.
En medio de la crisis causada por la COVID-19, la Iglesia en Cuba reforzó su presencia pública en la sociedad cubana. No pocas comunidades se aventuraron a la costosa y difícil tarea de transmitir sus misas en las redes sociales. También algunas pastorales reorganizaron su trabajo a través de grupos de WhatsApp, al igual que los centros educativos de las diócesis. A su vez, al verse limitados en la impresión y distribución de sus contenidos, los tradicionales medios impresos apostaron por una presencia notoria en el universo de las redes digitales.
A todo este contexto hay que añadir que a medida que se acentuaba la pandemia, también lo hacía la compleja situación económica y social en el país. Llamativas fueron las voces de miembros de la Conferencia Cubana de Religiosos, con pronunciamientos muy críticos hacia el nuevo escenario de la nación. Del mismo modo, aumentaron los criterios de los laicos en las redes sociales que pedían a los obispos un enérgico pronunciamiento sobre la difícil situación del país.
En medio de esas recientes y complejas circunstancias, un grupo de 70 laicos firmaron en septiembre una carta donde pedían de manera formal al cardenal García y a la Conferencia de Obispos Católicos que mediaran en el asunto de un cargamento retenido en el puerto del Mariel, que contenía alimentos y otros víveres enviados por un grupo de emigrados cubanos en Estados Unidos.
Igualmente numerosas fueron las voces de sacerdotes cubanos que en sus homilías dominicales y sus escritos en redes sociales pusieron el mensaje evangélico en contexto con la deteriorada situación social de la Isla.
A este panorama se le suma que el 27 de noviembre decenas de personas se congregaron frente al Ministerio de Cultura para solicitar un camino de diálogo en medio de las incomprensiones que suscita el pensamiento disidente de las posturas oficiales.
Con ocasión de la Navidad, los obispos cubanos publicaron un mensaje en diciembre, en el cual abogaron por el diálogo y la comprensión:
- Una buena noticia para los cubanos sería que las cosas cambien para bien y en paz.
- Una buena noticia para los cubanos sería que el agobio por conseguir los alimentos se convierta en un sereno compartir el pan cotidiano en familia.
- Una buena noticia para los cubanos sería que el anunciado reajuste de la economía nacional, lejos de aumentar las preocupaciones de muchos, ayude a que cada cual pueda sostener a su familia con un trabajo digno, con el salario suficiente y con la siempre necesaria justicia social.
- Una buena noticia para los cubanos sería que se evite la violencia, la confrontación, el insulto y la descalificación para crear un ambiente de amistad social y fraternidad universal, como nos invita el Papa Francisco en su reciente Encíclica Fratelli tutti
- Una buena noticia para los cubanos sería que la intolerancia dé paso a una sana pluralidad, al diálogo y a la negociación entre los que tienen opiniones y criterios distintos.
- Una buena noticia sería que los cubanos no tengamos que buscar fuera del país lo que debemos encontrar dentro; que no tengamos que esperar a que nos den desde arriba lo que debemos y podemos construir nosotros mismos desde abajo.
- Una buena noticia para los cubanos sería que cesen todos los bloqueos, externos e internos, y dar paso a la iniciativa creadora, a la liberación de las fuerzas productivas y a leyes que favorezcan la iniciativa de cada cubano, así cada uno sentirá y podrá ser protagonista de su proyecto de vida y, de ese modo, la Nación avanzará hacia un desarrollo humano integral.
Para ponerle la tapa al pomo, un numeroso grupo de sacerdotes, religiosas y laicos firmaron el 24 de enero una carta titulada “He visto la aflicción de mi pueblo”– una misiva con un formato parecido a los mensajes pastorales de los obispos — donde realizan fuertes peticiones a las autoridades cubanas, la gran mayoría con estrecha relación a los señalamientos realizados por los prelados cubanos en “El amor todo lo espera”, de 1993:
– Mejores marcos legales.
– El reconocimiento de la plena ciudadanía de los cubanos residentes en el exterior.
– Entender lo que significa la reconciliación nacional.
– Entender la relación entre amor y verdad.
– Optar por la verdad.
Lo llamativo de este momento en particular es que ya no son los obispos quienes realizan los cuestionamientos a las autoridades civiles, más bien las voces de la Iglesia se han multiplicado, lo cual es un proceso novedoso pero que a la vez puede dificultar cualquier negociación entre la jerarquía y las autoridades.
¿Cómo será el actual escenario de las relaciones Iglesia-Estado en medio de esta crisis iniciada en 2018? Aún es muy pronto para saberlo. En los próximos años, como parte del cronograma legislativo, deberá ser analizada la Ley de Asociaciones y con ello, una futura Ley de Cultos que regulará todo el ejercicio de diferentes instituciones religiosas.
En los tiempos actuales, las conversaciones entre representantes eclesiales y del gobierno han seguido mediadas por los funcionarios de la Oficina de Asuntos Religiosos, del Departamento Ideológico del Partido Comunista de Cuba, un aspecto negativo para el logro efectivo de un auténtico diálogo Iglesia-Estado.
Por lo pronto, un reto para ambas instancias será trabajar en la promoción del diálogo, sin recelos ni confrontaciones, y buscar formas de actuación mutua en beneficio de la sociedad.